Alguna vez quise escribir acerca de lo nuestro, esa institución peculiar que aconteció sin pedirnos permiso, y por la cual sucedió que nos encontramos. Para describirla, planteaba el choque de dos tormentas en una bahía. ¿Qué habría podido pasar bajo esas hipótesis?
La actitud inquisitiva que me jacto de tener por naturaleza me forzó a contrastar la realidad y suponer escenarios sin sentido ni forma. Comencé una entrada no nata. Quizás ese escrito fue y ha sido el que durante más tiempo edité y al que mas correcciones hice. Al final, sólo me vino a la mente la imagen de dos galaxias chocando. Después de dos o tres años de empezar esa entrada, la borre y comencé esta en este blog. Al final creo que es el único lugar dónde puede estar: un cementerio con muchas lápidas sin epitafios. ¡Y es que de lejos siento tanta lástima! Pero no por ti o por mi, o por los dos que no hicimos más que esta breve historia tan patética y a la vez tan bella. El potencial, los sueños, las ganas, las formas... todo eclipsado de manera tan perfecta y esporádica. Al final, quedó solo como un idílico, el más bello idílico frustrado. Y sólo así podría haber sido. Sin alternativa a seguir, sin chance de respirar: abortado y masacrado cruelmente.
El choque de dos galaxias permite que en el centro del nuevo objeto se haga un agujero negro enorme, con características gravitacionales difíciles de comprender, y que como humanitos con sapiencia limitada, aún no comprendemos. Todo es teoría, fuerte teoría respaldada con observaciones. En eso tan peculiar que medio hicimos queda algo más fuerte que observaciones de lejos. Los hechos son claros y la historia se escribió consecuente a ellos.
Tu tomaste un camino y decidiste borrar el pasado. Quizás ese sea tu modus operandi. Morir para olvidar, nacer, crecer, volver a morir si se requiere. Morir cuantas veces sea necesario para poder dejar atrás personas y circunstancias. Morir como evasión a tus acciones, dedicatorias y palabras. Morir para enterrar tus sentimientos y decisiones Morir para retractarte y tener permiso de tu moral para arrepentirte. Morir aunque mates. Al fin que ya pagaste tu parte con tu muerte. Morir como cobarde, escondiéndote y anteponiendo tu supuesta supervivencia con esa muerte. Buscando un lecho reconfortante como placebo, lecho de muerte y de vida, como el de tu madre al nacer. Piensas que te purificas con cada muerte que tienes. Experto en muertes, inmortal en lo que dure tu vida de humano, con tantas muertes que cuando mueras realmente no notarás la diferencia.
Y ahí encuentro la analogía entre las galaxias. Aquí, dos galaxias chocaron. Una muere y otra se transforma. De cierta forma, esa transformación también es una muerte, pero una sigue y otra no. La otra queda deshecha. La que queda transformada toma de la otra elementos para seguir. La destrozada, queda en pequeños remanentes regados en el universo, vacío y frío, sin capacidad de poder estructurarse.
A algunos años de este choque bendigo mi juventud y maldigo mi inexperiencia. Ese choque tan tempestuoso, natural entre nosotros y los de nuestra personalidad, me dejó hecho añicos. Y poco a poco, con catarsis y algunas cagadas más, he terminado de deconstruirme, lo que al final me ha permitido comenzar una vida nueva. ¿Será eso lo que tu llamas morir? ¿Ese juego tan lastimoso de tratar a la vida como una puta y renunciar a todo para luego "empezar de nuevo"?
Espero que tú en tu lecho hayas encontrado confort para seguir adelante. El morbo y sólo el morbo de verte me ha permitido esbozar ideas de que estás bien. He renunciado a buscarte desde hace mucho tiempo. También a encontrarte, o a reconocerte. Es triste que en ese cementerio haya tantas lápidas sin epitafio, pero la tuya la ha adquirido con la frase "I have never wanted more".