jueves, 14 de enero de 2010

De la posesión y el humano



Pienso, y como un celo de mi alma, guardo en mi vientre los sentires que entre las musas bagan y me recuerdan el efímero estado de enagenamiento que me justifica ahora mismo: prisión de cómodos barrotes y pisos laminados, prisión que entre los paños viejos acumula los saberes de algo que todos conocemos como ambiguo. En este mundo de seres apáticos y tibios, acurrucados y arrinconados en confortables escondites, cabe la posibilidad de que estemos encerrados en una prisión que arranca de un sólo movimiento toda libertad al humano, para que si así lo decide él mismo se vuelva un suspiro acongojado e inútil en una tarde apática y sin chiste. Ahora, en este espacio tan diferente al del origen, en este lugar tan ajeno de la naturaleza esencial que nos conformó, nos encontramos nosotros mismos -los humanos-, como sociedades de consumo, antagonistas y desquiciadas, sin fundamentos vinculables a los favores naturales de los que nos hemos generado.

La conciencia logra que todo esto se vea como un absurdo anhelo remarcando la verdadera necesidad de parar, de renunciar constantemente al estatus propio, consecutivo al fantasma de la realidad en el que nos encontramos viviendo. Si se asume esto como verdadero, quienes se digan conscientes tienen que hacerse a un lado de aquello que aprisiona. Si así nos decimos, tenemos que hacer a un lado aquello que hace al humano algo no humano, algo no orgánico y aferrado a lo enérgico por su beneficio egocéntrico. Tenemos que lograr una refundación y emancipar otras ideas, hegemonizar la deshegemonización de las palabras, tenemos que dejar libres a las letras por regiones, tenemos que reconocer el legado que de Babel nos fue otorgado. Quienes se llamen conscientes tendrán que asumir la necesidad de la propagación de energía y no su concentración en alguna forma, la disipación de las lenguas y no su predominancia global, la diversidad y variedad que el conocimiento que nos permite poder manejarlo de manera neutral y regional, concentrar energía, hacen del conocimiento un capital redituable... El flujo tiene que ser disperso, no concentrado, el flujo de la energía (por lo tanto de la vida), tiene que dejar de ser concentrado en esa masa malébola que sólo consume y degenera destruyendo, deconstruyendo de manera anticipada y violenta la naturaleza original y primigenia. El camino al acumulamiento de energía sólo permite generar trabajo innesesario, calor que no nos sirve, poder que no se usa, capital que delimita.

Para mí, las mentes libres, las de verdaderos humanos, serán las que vivan el conflicto de la posesión, los que vivan el luto propio, los que afronten todo miedo con conciencia y conocimiento, los que sientan sus pasiones con libertad y sin necesidad de con ello destruir o destruirse.

El poder, la superioridad, el capital (en cualquiera de sus formas): la posesión. Tenemos que definir bien esas ideas para poder contrarrestarlas, tenemos que, ya sea dese la prisión racional, o fuera de ella, liberarnos de esta realidad predominaste que nos ha anclado para calcinarnos. Tenemos que, desde la cotidianidad, renunciar a lo que se posee, lo que se adquiere. Los humanos, entre uno de tantos barrotes, admiramos e idolatramos al de la posesión, que es el que más nos aferra a este mundo.

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