jueves, 17 de septiembre de 2009

De los deseos que yacen en los sueños antiguos.


Y nosotros aqui presentes, no tenemos la culpa de que el destino entreteja estas cosas que no entendemos. Misterios y palabras que sólo se distinguen unas de las otras por los
patéticos sonidos que confeccionan sus destellos. Palabras mordaces que forman enunciados precipitados, paranormales, devastadores, que arrancan con sus pronunciamientos y desdenes, las verdades intrínsecas de lo que ahora hemos venido rechazando, escondiendo, vigilando, arrestando, encarcelando y torturando desde que nos conocemos.

Vivimos en la luz del medio día a mitad de un eclipse de sol. Queremos desterrar imágenes que frustraon vidas pasadas pero sólo dejamos en el escondite más recóndito de nuestro pensar: nuestros sueños. Allí vivimos y creamos maravillas psicotrópicas, paganas, precipitadas como lluvias torrenciales, como tormentas. Sucumbimos ante vientos nuevos de histeria colectiva, nos hincamos pidiendo clemencia ante el terremoto que acontece en esta realidad estrujante. Nos asfixia no poder respirar de nuestro aliento, y sin embargo, en este juego tortuoso, quizás hemos podido adaptar nuestros pulmones a la falta del aire ajeno.

Amamos. Amamos y queremos lo que tenemos porque vivimos en esa pueril fantasía de la posesión, porque no podemos dejar nuestros conocimientos o experiencias, porque vivimos encerrados en este mundo de barrotes invisibles, de prisiones insospechadas con racionalidad de candado, de trampas por nuestro estatus constante y demente. Preferimos vivir en una celda de proporciones gigantescas, pero celda, a final de cuenta: ciudad de pobres que entre espejismos de pertenencias se esconden. Nos volvimos animales de una cruel exposición de circo, circo de un ente que se mofa con nuestra estupidez colectiva, que se revuelca entre las tripas de personas asesinadas por culpa de políticas económicas, que magulla menudencias de humano generadas por la inconsciencia o la persistencia de personas como nosotros: animales que no podemos negar nuestro lugar y que, quizás sabiéndolo o no, consumimos cosas, objetos o ideas que matan a más personas por el hecho simple de haber sido consumidas.

Si llegamos a poder negar la realidad en la que estamos, terminaremos enfrentando otras realidades que nos separarán, quizás así lo hemos decidido hasta ahora. Pero si no es así y logramos vencer al Atlante de este mundo, su poder se desvanecerá. Para ese entonces, el gigante que sostiene al mundo se habrá vuelto la punta de un alfiler, que a su vez estará sostenido por la punta de obelisco, que a su vez será la punta de una pirámide. Y cuando caiga el mundo del lugar que lo sostiene, reiremos los inconformes con una demencia incontrolable, sonreiremos porque en ese momento, la cárcel se romperá, esto dejará de ser un sueño y podremos respirarnos mutuamente, como un mal chiste de la vida, como un tedioso juego en el que se gana perdiendo, como la vida eterna que se gana muriendo, como el amor eterno que se hace al jamás realizarlo. Este mundo valdrá madres, y aunque que ha alcanzado mecanismos tan sofisticados como ridículos para sostenerse, se que podre volver a verte a los ojos sin problemas. Entonces cambiarán los atardeceres y reinará una paz por el vértigo que nos convertirá en estrellas de un cielo ajeno y sin nubes, con la luna escondida en su oscuridad de ciclo nueva o a mitad de cuarto menguante, destinando su canto a nuestro descanso, ese sueño en el cual nos pertenecemos mutuamente y en lo ajeno...