jueves, 12 de noviembre de 2009

Del delirio y la madurez


Me dejo ir por la entrada del bullicio. Huyo.

El delirio es un acto en el que se desbordan las pasiones. Las pasiones se desbordan por ser poco controlables, por ser efímeras, por ser lo que son en muchos como yo: tormentas y tormentas, catástrofes de agua y cielo moviéndose en cantidades insospechadas para chocar con la tierra en un roce, en una caricia que imprime el esbozo de un recuerdo, una cicatriz, un acto terrenal. Y ante el delirio, no hay mucho que hacer mas que esperar a que merme.

El delirio de huir se asemeja a la estampida frenética, la histeria colectiva. Es un escape con caras llenas de miedo y pisadas que detonan sufrimiento. Estampida cruel que al que se cae asesina. Es un acto en el que la consciencia no cabe, en el que no hay líder ni razones. Es algo que nace desde el fondo de un alma y acontece en este mundo como la flor: un milagro de la vida que se queda en un suspiro frenético de belleza insospechada, el último suspiro.

Ante el insípido y trémulo destino que se burla y se burla, también acontecen delirios y caprichos como la vida y el amor, el odio y la benevolencia. ¿Qué diablos sean o signifiquen esas palabras?... carece de importancia tratar de encerrarlas en una prisión racional, porque mientras más tratemos de explicarlas, más enredaremos su significado tácito, que es el que vive con nosotros, que es personal y jamás general.

Quizás haya humanos que no amen, que no odien, que no sean benévolos, que "no vivan". Ante tal estado de apatía, no hay mucho que hacer. Sin embargo, con el pesar de todos los aquí presentes y con el gusto de algunos que se conocen entre si, aquí estamos. Que si somos crueles, que si creemos en cosas diferentes, que si percibimos las cosas de manera desigual, que si adjetivamos cada palabra que escribimos, eso, todo eso queda como lo que es: un calificativo para tratar de llenar un hueco en esta prisión racional en la que nos encontramos. El hecho tácito es simplón y trivial: aquí estamos, con todas la maraña de implicaciones que representamos para este mundo, con todas las caóticas consecuencias que hemos venido declarando y sufriendo de manera particular como humanitos que somos.

Y así, siendo uno el que es, que fue y que será durante este instante y toda la vida que le reste, al menos estoy siendo. Se es paralelamente en otras partes, en recuerdos y palpitaciones por ejemplo. El estar de alguno siempre queda impreso en la mente, el corazón o la existencia de algún otro. Ya si está jodida la cosa, al menos se es en uno mismo. Es por eso que en un mismo tiempo se puede acontecer en distintas partes. Huir al no-acontecer es tan tautológico como tratar de plantear la existencia de la inexistencia.


No hay forma de huir de lo que se ha venido aconteciendo. Se revela ante mis ojos como una gran avalancha, como un acceso a lo más profundo de mis miedos. La caja de Pandora había guardado para el gran final el peor de los demonios, y este ha sido liberado. La caja ahora solo es la cáscara de una fruto que dejado una semilla en este mundo. De sus hojas y raíces nacerá lo que será algo nuevo para mi. Kan: amarillo y semilla al mismo tiempo. Tal significado solo implica el nuevo comienzo, la esperanza de un acto. ¿Pero qué se puede esperar de la semilla proveniente de la caja de Pandora propia? No lo sé, como no sé que pasó con todo lo demás que me acontecía, como todo lo demás que llegó implicar para mi el significante de una vida pasada pero presente en estos días. En otras palabras, me encuentro afrontando un Yo que no conozco, que no ubico y me cuesta reconocer. Me encuentro en una etapa de cambio tal, que no puedo voltear a reconocerme. De alguna manera eso me gusta. Algunas personas lo llaman renacer, otras morir. Para mí, sólo es no reconocerse porque se ha cambiado mucho, y en todo eso, también creo que esos cambios no son induciles o deducibles, sólo acontecen como ciclos naturales. Forzar los cambios para salir de los ciclos es algo inútil y contranatural, por lo tanto, no se puede lograr. Si uno quiere morirse, si uno desea hacerlo, no basta con desearlo, hay que esperar morirse o matarse. De igual manera, si el deseo que se invoca es el del cambio, solo queda esperarlo y anhelarlo, forzarlo de nada sirve. Fomentar las circunstancias propicias para que el cambio se de, es sólo preparar la tierra para la semilla. El cambio, como una semilla, puede sembrarse y no nacer.

Madurar no es la palabra que estoy buscando. Asemejarme a un ideal deseado es demasiado ambiguo, porque lo que deseo cambia cada día. Más bien, me he formado y cultivado a través de la experiencia de estos últimos meses, llena de amores nuevos y viejos, alguno sembrado, pero sin germinar, guardado, refrigerado en alguna parte, quién sabe si muerto. Muerte la que se ha propagado en otras partes, muerte la que se ha engendrado en el suicidio de algunas personas... de una persona. Quizás intento de muerte, lo desconozco todavía. Suicidio relativo, intento de suicidio, desesperación y neurosis. Frustración. Ante tal espectáculo, y ante tal espectador solo ha quedado un resultado: la risa. La burla y la caja de Pandora, el acto de Gambiche y sus secuaces, Lothusmater-Dearevii, Cahuac, la añoranza por un mundo mesoamericano fundido en mierda, la decepción y la realidad como verdugos de una vida, el drama; todo lo anterior como episodios simplísimos de un recuerdo, todo como una manera muy barroca de explicar algo muy simple, intentos frustrados y dementes que tenemos los humanos en nuestro afán de querer saber las cosas, de querer sentirlas, de necesitar el estímulo de algún ente ajeno. AMOR... ¿amor?. No hay palabras para describir cosas que son tan difíciles de explicar.

No es madurez la palabra que busco, pero es la que acontece. Y en mis días también acontecen nuevos soles y nuevas experiencias. Lo único que permanece estático es la apatía generalizada de negar mi realidad, de no querer afrontar el mundo en el que vivo, de no entender que pase lo que pase, me enamore de quien me enamore, viva como viva, las cosas son tácitas y encaminadas a lo mismo. Los seis demonios de mi vida han terminado su concilio. Las puertas cerradas se han abierto, los locos de la soledad dejaron de ser mendigos en una calle de la ciudad de los poetas muertos en vida. Hay cambios, y sin embargo, en el fondo de mi corazón sigue habiendo lutos y tristeza, sigue habiendo una esperanza agonizante, incrustada en una cicatriz. Sigue habiendo visiones lejanas, de vidas pasadas o futuras, sigue habiendo esta psicosis enagenante por lo ajeno, por lo ausente. Es de humanos estancarse mientras se crece.

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