martes, 26 de mayo de 2009

De la furia y la esperanza




El sol se apagará en los ojos de todos los mortales. Las sombras oscurecerán ese lapso interminable que son el día y la noche. Comenzarán a salir las estrellas entre nubes de un azul profundo. Las ciudades harán su vano intento de darle luz al universo, intento ridículo por ser opacadas ante el infinito brillo que representa el sol ante el mundo si lo vemos desde otra estrella. En esta noche, desde la tierra se podrán ver en el espacio lustrosos cuerpos que existirán, también como la tierra, en su vano intento de iluminar al vacío, solas, en su oscuridad de lejanía, siendo comidas por el interminable vacío que les rodea, representando desde aquí lo que realmente son: expresiones de la energía. Habrá comenzado la noche, y con ella esa evidencia: de nuevo veremos la lucha interminable por el espacio entre energía y el vacío, ambos luchando por existir en este presente. La densidad de energía ejecutada por esta sinfonía de luces, de gamas esporádicas, algún día terminará de manifestarse en esta escala que es la vida. Los astros serán absorbidos, eliminados. Así es el destino de toda estrella terminar siendo brillo o absorber brillo, estar en esporádicos constantes bastante opuestas, y venir de un origen incierto. La vida de las estrellas es de furia y esperanza por que así lo es en cualquier escala y nivel de vida.


La furia, que no es lo mismo que el odio, me permite agarrarme de un pasado interminablemente corto y comenzar a escribir historias. La furia no solo es de guerreros o tiranos, sacerdotes o comerciantes, todo en el humano es una expresión de furia como lo es para todo ser viviente. La furia es un claro signo de existencia, caracteriza a este espacio como algo que está presente. También permite que nos mantengamos agarrados lo que nos permite la existencia, aunque no siempre eso pudiera resistir el debacle tan histérico que es el flujo del tiempo sobre nosotros, estas cosas que existimos.


Tuvimos que tener mucha energía si quisimos agarrarnos a esto para no dejar que el tiempo nos lleve, y sin embargo, pareciera que ya no estamos unidos. Eso pasa cuando la furia genera la muerte de los vinculativos, es también cuando pueden generarse los actos de violencia. Un vinculativo es por definición, un agente que permite existan los consensos. El consenso es aplicado entonces de un vinculador a un vinculando cuando existe un vinculativo. Desde luego que no siempre el vinculando es el mismo que el vinculador. En mi caso particular, yo no soy el vinculando, suelo ser el vinculativo, particularmente en el amor. Uno puede sentir muchos vinculativos en el amor, y el amor se puede crear a partir de un solo vinculativo. La historia que se escribe en mi vida, por ejemplo, habla de un único vinculativo que no me permito encontrar, definir, o que no puedo terminar de entender. No entiendo este vinculativo porque pese a generar consenso, me impide la interacción con el vinculando. No obstante, he encontrado con profunda tristeza que este irónico vinculativo no me permite generar otros vinculativos en las circunstancias que me acontecen. Además de eso, este vinculativo tiene a un vinculando que creo ha desistido de aplicar vinculativos conmigo. Es patético que el vinculativo que tengo, ahora más fuerte, es uno que impide unirme con el vinculando, con ese ente que creo que me complementa. Eso me genera tristeza que a veces suelta neblina en el mundo que vivo. La tristeza es la consecuencia de los actos de violencia, y aunque la tristeza no siempre antecede de uno, siempre pasa que la violencia genera profundos sentimientos de furia y tristeza.


La muerte de las estrellas es siempre un proceso muy violento, por lo tanto, triste, y sin embargo genera esperanza. Siempre terminan indiscutiblemente como materia y materia, que como tal, quedan siempre así fundamentadas, desisten a desaparecer pese a que absorban o condensen, siempre generan alguna forma de brillo. La esperanza es ese resultado que queda después de haber procesado la tristeza por la muerte, en este caso, la muerte de las estrellas. Es ese paso de escala a escala en un mismo nivel la evidencia perfecta de que existe el flujo del tiempo, es lo que en nuestra mente nos permite aseverar que podemos leer a los astros si creemos que las estrellas existen. Tambien es creer que podemos tener esa vana certeza que nos da el goce de nuestra existencia. La misma muerte de las estrellas nos permite encontrar en el espacio una respuesta de que nosotros tambien existiremos en otra escala cuando moramos, y que esta vida, es un regalo que nos ha dado el tiempo para poder cambiar de escala energética en algun momento, para seguir el camino de la vida, que es solamente vivir de manera indefinida en distintas escalas de un mismo nivel.


En esta vida, estoy dispuesto a sacrificar lo más sagrado para mi, porque ese es el verdadero acto de amor, y sin embargo, creo que hacerlo no es necesario. Me basta con saber que tengo la disposición de hacerlo. Lo más sagrado para mi es la vida, pero la vida no puede ser sacrificada por ser infinita. Es entonces, que lo que sigue después en mi lista de objetos sacrificables es el amor mismo. Sacrificar el amor es el verdadero y más puro acto de amor que puede generar un hombre, al menos a uno al que el amor le parece lo más sagrado. A veces me da la impresión de que eso es lo que me han ofrendado y no lo he entendido, creo que están sacrificando el amor que me tienen como una ofrenda a mi vida, y es profundamente doloroso ver como algo que quieres vivo en tu plano, está pasando a otra escala diferente al tuya. Al final, como las estrellas, si este amor muere o es sacrificado, habrá una profundísima tristeza, y después de eso habrá una promesa de esperanza, ya que la muerte no quita vida. Es amor verdaderamente eterno si es amor que ha vivido, y es por eso que se integrará con lo otro pese a no esté en mi misma escala: nuestro plano. Se que si este amor, que creo me sacrifican, no brilla después de su muerte, al menos servirá como una fabrica de materia sentimental que habrá permeado mi vida entera, un hoyo negro en mi alma, un luto que absolverá otro amor para comprimirlo y jamás dejar que salga de nuevo. Es de alli el poder de la esperanza.


La esperanza se caracteriza por generarnos una certeza que se vuelve fe. La fe, es algo que permite el movimiento de mi alma porque me permite explicar de manera subjetiva cosas que no necesitan una explicación pero que perturban mi ego. No hay verdad en la fe o la esperanza, hay lo que uno quiera creer y se permita aceptar. Como lo he dicho antes, el amor es un acto de fe, y es en este acto que los acontecimientos más importantes y trascendentes en mi vida han sucedido. La iluminación, el acto en el que vives una certidumbre entre lo que sientes, piensas y haces, es el acto que más esperanza y fe conlleva. Es fe, porque lo único que no puedes afirmar es que sea valido para otros, pero en todo lo demás, tienes una certeza. Quizás a mi me ha hecho falta el acto de iluminación en el amor, que en mi experiencia, se ha vuelto una sombra lejana y deseada, un anhelo platónico...

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