jueves, 1 de octubre de 2009

El altar de Gambiche (la entrada número 50)




Entre sombras de hígados agujerados se encuentra este altar. El altar de la noche que en los días desaparece, y que sólo en un kin lluvioso o poco piadoso, como un espejismo de la tormenta, se materializa con su pedernal de granito y carbón a mitad del gran patio cuadrado que tiene. En él, los sacrificios se prolongan durante noches de luna nueva y sin compasión ante la tortura de los allí sacrificados. Cisnes y gansos negros llevan en sus monstruosas garras de ocelotes, las cabezas de deseos amputados. Todos los allí presentes ofrendamos las frustraciones que en nuestra vida se han confeccionado.

En el trono que presencia dichos actos se encuentra el temible mapache Gambiche, que diferencia de otros hechiceros, es especial por ser el juez de los nahuales y criaturas del inframundo. Es inquisitivo incluso con sus propias pronunciaciones, sin importar incluso lo impecable de sus decisiones. Y de sus sortilegios nacen maldiciones que predominan hasta nuestros días, maldiciones cíclicas de las cuales nadie puede librarse si no es con el consentimiento y piedad de este ser tan temido entre los hombres. Es el dios oscuro de una noche envidiada por el día, es la deidad que se esconde confabulando los tremendos placeres que nos llevan a la destrucción, es quien nos vende justamente nuestro lugar en el infierno y quien celosamente guarda entre su tórax vacío, una mariposa ennegrecida por el lugar en que se encuentra: un tórax blanco como el marfil, de costillas con huesos que calan de frio, costillas sueltas que suenan de manera estridente si son tocadas, si son siquiera rosadas por un soplido que entre su manta negra se cuele, soplidos que generan silbidos tan ensordecedores y reveladores como las visiones más apocalípticas.

Antes de cada amanecer, su séquito de uayebs lo arrastra como un cadáver inmóvil y sin fuerzas. Pronto, al primer rayo de luz que toque el altar, los uayebs se vuelven piedras sin forma, como deidades que han dejado de serlo y purgan su condena sirviendo a Gambiche. Y cuando recién anochece, de ese círculo de piedras deformes se junta un polvo que forma los huesos de esa criatura. De la tierra desertica y polvorienta, o lodosa y fangosa nace como una figura de barro que poco a poco se transforma en varios perros. Entonces es jalado por una jauría de xoloscuincles ciegos y viejos. Pronto, del norte y del sur llegan volando dos pájaros, encargados de guiar a los perros desde el centro del templo hasta el trono del monarca inquisidor. La formación en su vanguardia queda dirigida por un quetzal y quedan protegidos en su retaguardia por el pájaro muan, pájaro extinto de cuyo chillido, mas que canto, se escuchan los sonidos de todos los animales exterminados, cazados y en sufrimiento. Cuando en ambos casos sus acompañantes dejan en su sitio el saco de huesos, se hace un silencio sepulcral. Si son los xoloscuincles y los pajaros, ellos se esconden entre los huesos y de ellos mismos nace este ser, que entre las sombras de un día es un nahual o un mapache, un ocelote o un espectro en búsqueda de su victima, acechando, conociendo, inquisitando cada paso de los mortales que sigue.

Aquel día, aquel dia en el que moriste, Gambiche estaba allí, presenciando al que te veía, y tu, con tus ojos moribundos, con tus ojos de placer inescrutable, lo viste, lo viste y tomaste tu destino entre tus manos, pues quien ve a los ojos, debajo de la capucha negra que le protege, se queda sin aliento en ese instante. Aquel ganzo encima de ti, aquel pájaro ya deforme, se torno negro, te arrancó la cabeza, se dirigió volando a medias al pedernal de piedra para ofrecer tu último suspiro a la noche perpetua.

Aquella velada, los que nos encontrábamos presentes disfrutamos con singular alegría tu muerte, que fue la muerte del héroe vencido por su propia tragedia, el héroe fallido que no pudo concretarse, el presagio detenido, la leyenda sepultada. Aquella noche de luna nueva y apenas ocultándose el gran Ahu, una mariposa blanca se posó entre un circulo de piedras deformes, justo antes del último rayo de luz en la tarde. En ese instante, supo que se volvería prisionera de ese demonio. Se entregó, siendo presa, pero a su vez, se volvió en un arma. Luego de tocar el suelo, de su blanco insospechado brotaron esporas negras. Ciega y sin poder volar a otra parte, la pequeña mariposa se volvió en una gigante polilla negra, que en la noche, al ocultarse el sol en el oeste, le brindó a Gambiche el único don que tiene: el corazón que le permite embriagase de fuego, de una felicidad efímera pero orgásmica. Después de eso, el saco de huesos helado, encerró su posesión más valiosa en lo más inaccesible de su cuerpo, la parte interior de su pecho, el único lugar, en el que la hermosa mariposa negra podría estar hospedada durante toda la eternidad restante...

Feuertrunken!

(RIP)

No hay comentarios.: