sábado, 4 de abril de 2009

Del Archiduque II


El duque de Gomorra se esconde. Así solito y desolado, y como un niño sin aliento, entre tormentas y terremotos, se va enviciando con la vida. Muerde entre los arbustos chamuscados la poca fruta seca que le queda. Empequeñece. Así trote, corra o camine, tropieza siempre con la misma piedra. Levita, y del cielo le cae un rayo que necesariamente esquiva. Murmura, y desde sus pulmones se le escapan gritos, gritos invocándote, gritos pidiendo demencia, llorando.

El Archiduque se levanta en su tierra, lugar incendiado y seco, muerto, maldito, sediento de su sangre. Él, con miedo se sigue escondiendo. Decrece, maldice, predice que desde cualquier sombra te le aparezcas. Tú, tú sólo te ríes burlándote de su infame demencia. No te ve porque sólo estás en su mente. Allí resides y haz construido un palacio. Eres incorruptible porque eres el mismo reflejo de la corrupción y no hay nada que pueda darte. Su efímera riqueza, con sus castillos intactos, con sus constructo formidablemente formadas, te parecen esbozos de deprimentes pertenencias lejanas a toda humildad, te parecen como patéticas piedras sin alma que corromper, que prostituir, que postergar.

En sus sonámbulas noches, oye tus risas. Se nublan los días en sus patéticos sueños. Se amarga día a día. Leinad grita, grita y llora desesperado. Llora con su sangre un estúpido drama autorreferente. Sus tierras antiguamente rebosantes de poder, riqueza y gloria, son ahora cadáveres y esqueletos. Se volvió un impotente todo poderoso en una nación sin vida: de Gomorra la exuberante sólo quedan muros marchitos, brillos de columnas con inscripciones en diamantes tapados por el polvo, tapados con una masa seca de sangre, carne y cenizas. Todos allí murieron. El terrateniente mayor de dicha nación, el archiduque, el duque Leinad, los mató a todos invocándote.

Primero, su artificial dios celoso, los cubrió con llamas y los dejó abandonados a tu poder. Todos, poco a poco enloquecieron. Abandonaron el palacio para comerse unos a otros. Olvidaron que en el alma se escondían sentimientos, y que en el espíritu conocimiento. Banalizaron y desvirtuaron todo enfoque de la posesión. Después, dejaron de comer verduras y acribillaron a toda bestia restante. Al final, solo humanos matando y comiéndose unos a otros, humanos matando por matar, con gula por la muerte, con gula de sangre. ¿Y tú?, riéndote en la cabeza del rey, usándolo para invocar serpientes, violando a sus hijas y esposas, violando a sus herederos y amigos. Aniquilándolo todo por él mismo. ¿Y el Duque?, buscándote en todos y entretejiendo miradas para matar a todos, para encontrarte en su estúpida demencia, en su fanatismo por dejar de sentirse sólo. Al final, el más fuerte quedó en pié, encerrado al principio en la inmensidad del castillo de Gomorra. Cuando desde su torre no pudo encontrarte en todo el palacio, salió a las hediondas avenidas de sangre, de muerte. Rió, pensó que habías muerto. Los terremotos y los ciclones no cesaron. Te buscó casa por casa. Comía lo que fuera, comía a veces de si mismo un dedo, o una mordida de su brazo. Luego, reía y te maldecía. No había nadie. Él, el último sobreviviente de su nación, trató despreciablemente de escapar. En sus murallas labradas y airosas, no había puertas abiertas, no había guardias que las abrieran. Todo estaba sellado, cubierto de cenizas, o interminablemente irreconocible. Por los parques con residuos de árboles, soñaba en las noches nubladas con verte. No habría pena por destrozarte, por tratar de matarte. Cargaba consigo una espada encantada que podría cortarte en dos, pero nunca apareciste. En los reflejos de los lagos, sólo veía un escuálido reflejo. Bebía sangre y luego vomitaba. Mil y un veces, el pobre archiduque trató de suicidarse, pero siempre lo asustabas y terminaba frustrado.

Así vivirá Leinad, desconociéndose a si mismo, vuelto el demonio que invocó, ahogándose en su sombra sin morirse ni encontrándote. Seco y desolado. Loco y rodeado de cadáveres, sombras y eco en el bullicio de un lugar que ha perdido la vida en su nombre, Gomorra la exuberante, ciudad maldita por su déspota gobernante.

No hay comentarios.: