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Es que la noche que me vuelve un animal rastrero, que busca con su mirada roja ese olor que guía, esa necesidad rastrera de inmiscuirme en la tierra, lo húmedo. Es que la mirada de la luna acentúa mi cacería, la alarga y la afila como ese brillo espectral sobre los edificios que fungen como árboles de mi selva. Es que las luces de la ciudad revelan los caminos más obscuros por los que hay que transitar mientras se huye del resplandor artificial que representan. Es correr en las sombras para esconderse, para no ser presa.
Es que en el día remonta el sol como lo hacen los delgados y minúsculos pelos de mi erizada espalda, que tuercen cualquier flujo de energía frontal hacia el cielo, es que el sudor de mi pecho implica la necesaria evidencia de mi corazón trabajando, mi vida, mi agua desprendida hacia el cielo en forma de un vapor oscilante. Es que en los días nublados todo se apacigua, converge en lo mío, en el guardar a cada paso energía, o quemarla en calor dentro de las sábanas con amor y odio, con sexo y dolor. En todo caso, el día es hacer fluir energía del cielo.
Las noches y los días son de conductas diferentes, y en su naturaleza de frío y fuego, se esconde la hermosa antítesis de sus implicaciones. Que si es sol y calienta, que si es luna y refresca o enfría.
Las frías noches, son una verdadera pesadilla sin el calor de un humano. La soledad es el frío en nuestras almas, aunque a veces, es bonito sentir el frío si uno está bien abrigado. El calor de los días son una verdadera insuficiencia si se está solo. Solo así se puede pensar la incineración de un alma. Afortunadamente, las sombras en el día también son compañeras.
La desolación del humano es la pesadilla del calor en el sol, y el frío cortante de la luna y las estrellas.
La desolación es una pasión extrema de la soledad, que es un estatus normal en todo ser humano.
Un ser se vuelve humano, de manera análoga en la que un niñ@ se vuelve un(a) adult@, cuando afronta ciertas pasiones. Una de ellas, es la desolación.
Salir exitoso de dicho enfrentamiento siempre es cuestionable. Salir airoso de dicho cuestionamiento es imposible.
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